Para el jefe, la autoridad es un privilegio de mando; para el líder un privilegio
de servicio. El jefe ordena: "Aquí mando yo". El líder dice: "Aquí sirvo yo". El jefe empuja al grupo y el líder
va al frenete comprometiendo con sus acciones.
El jefe existe por la autoridad; el líder por la buena voluntad. El jefe cree que es suficiente una investidura
de mando conferida desde fuera para conformar a su gusto el pequeño planeta sobre el que impera. El líder no
necesita exhibir ante sus súbditos credenciales de legítima autoridad; su empeño generoso, su dinamismo mágico
y su actitud de entrega son las mejores cartas con que los seguidores se enteran de que tiene una autoridad que no necesita
imponerse por argumentos externos, sino por ejemplos entrañables. La autoridad del jefe impone; la autoridad del líder
subyuga y enamora.
El jefe inspira miedo,se le teme, se le da la vuelta; se le sonríe de frente y se le critica de espaldas; tal vez se lo odia en secreto. El
líder inspira confianza, inyecta entusiasmo, envuelve a los demás en aires de espontánea simpatía, da poder a su gente; cuando él está presente fortalece al grupo.
Si temes a tu superior, es que tu superior es un jefe; si lo amas, es un líder.
El jefe busca el culpable cuando hay un error. El que la hace, la paga. Sanciona, castiga, reprender, en apariencia pone las cosas en
su lugar, cree haber arreglado el mundo con un grito y con una infracción, pero ha cortado la rama torcida. El líder jamás apaga la llama
que aún tiembla, jamás corta el tallo que aún verdece; corrige, pero comprende; castiga, pero enseña; sabe esperar. Por eso no busca las
fallas por el placer sádico de dejar caer el peso de la autoridad sobre el culpable, sino que arregla las fallas y de paso rehabilita al caído.
El jefe asigna los deberes, ordena a cada súbdito lo que tiene que hacer: "a tí te tocó esta parcela de la izquierda, a tí, esta de la derecha;
ahora a trabajar y cumplir cada cual con lo suyo", mientras contemplo desde mi sillón cómo ustedes se movilizan y ...¡hay del incumplido!. El líder da
el ejemplo, trabaja con los demás y, como los demás, es congruente con su pensar, decir y hacer; su deber es el propio de todos, va al frente marcando
el paso.
El jefe hace del trabajo una carga; el líder un privilegio. Los que tienen un líder, pueden cansarse del trabajo, pero jamás se fastidian, porque el magnetismo
del líder abre ventanas a los ideales que delatan la alegría de vivir, de trabajar.
El jefe sabe como se hace las cosas; el líder enseña cómo se deben hacerse.
Uno se guarda el secreto del éxito; el otro lo enseña, capacita permanentemente para que su gente pueda hacer las cosas con autonomía y eficacia. Uno no se
toma la molestia de señalar caminos; el otro vive poniendo flechas indicadoras para lograr el éxito.
El jefe maneja a la gente; el líder la prepara. El jefe masifica a las personas, las convierte en nñumero y en fichas, deshumaniza súbdito hasta quedarse con
un rebaño sin rostro ni iniciativa. El líder conoce a cada uno de sus colaboradores, los trata como personas, no los usa como cosas. Sabe que la comunidad no es una
masa amorfa ni una colección de individuos en serie, respeta la personalidad, se apoya en el hombre concreto, lo dinamiza y lo impulsa constantemente.
El jefe dice vaya, el líder dice vayamos, líder es aquél que promueve al grupo a través del trabajo en equipo, suscita una adhesión inteligente, reparte responsabilidades, forma a otros
líderes, parte de los hechos y de la vida del grupo para llegar a los principios, consigue un compromiso real de todos los miembros, formula un plan de trabajo con
objetivos claros y concretos, motiva permanentemente para que su gente quiera hacer las cosas, supervisa la tarea de todos, y difunde siempre una mística, un ideal
profundo, una esperanza viva, una alegría contagiosa.
El jefe llega a tiempo; el líder llega adelantado. Este es el sanyo y seña del verdadero líder: "un pie adelante del grupo, una mirada más allá de los seguidores". El que
ve más que los otros es líder, el que profetiza y vaticina, el que inspira y señala con un brazo en alto, el que no contenta con lo posible, sino con lo imposible.
Fuente:Miguel Angel Cornejo (publicado en Diario El Comercio 13 noviembre 1994)