Premio Principe de Asturias al Peruano

Gustavo Gutierrez y video

 

 (Parte de lo publicado en el foro de discusión de la RMCP acerca del tema)

Fecha: Sun, 26 Jun 2005 21:44:27 -0500
      De: Pier Paolo Marzo <ppconstructor@gmail.com>
  Asunto: p.Gustavo Gutiérrez - pensamiento y experiencia
transformadora

---------- Forwarded message ----------
From: Luis Durán <lduranrojo@yahoo.es>
Date: 26-jun-2005 13:49
Subject: [ex_unecos] SOBRE GUSTAVO
To: comunidadsiete@gruposyahoo.com, ex_unecos@yahoogroups.com

 Amigos les adjunto el discurso del padre Gustavo en la PUCP cunado le
volvieron profesor honorario. Realmente esta muy bueno.

Discurso del Padre Gustavo Gutiérrez
Pronunciado el 16 de diciembre del 2003 con motivo de su nombramiento 
como Profesor emérito del Departamento de Teología de la Pontificia 
Universidad Católica del Perú.
 
Con toda sinceridad, lo que más me gustaría en este momento es
limitarme a decir gracias.
Gracias por muchas cosas.
Gracias a quienes fueron mis maestros en esta universidad, a quienes
fueron mis  compañeros de estudios, a quienes fueron mis colegas de
enseñanza,  alumnos, amigos de más allá de las fronteras de la
universidad... De todos ellos hay representantes aquí esta mañana acompañándome
generosamente, y esa es la razón más profunda de mi agradecimiento,  no
sólo hoy, sino en tantas otras horas de mi vida.
Quiero agradecer,  por cierto, muy especialmente, a los amigos que han
tenido la bondad  de expresarse en este acto con palabras que, por
muchas razones, pero  eso no lo voy a poner ahora en discusión, me superan
ampliamente, y  por eso decía que sólo quisiera limitarme a decir
gracias.
Gracias,  de modo particular, al rector de nuestra universidad, Salomón
Lerner,  no sólo por sus palabras, sino también por algo muy importante
y significativo: el impresionante testimonio que nos ha dado, y que nos 
sigue dando, a todos los peruanos por la tarea cumplida en la
presidencia de la Comisión de la Verdad y Reconciliación.
Pero comprendo que, en un acto como éste, no puedo limitarme a decirles
gracias y a encontrarlos de modo personal. Permítanme, entonces, que
fundamente brevemente las razones que tengo para esa expresión de
gratitud. Como ha sido recordado, mi vinculación con la  universidad remonta
muy lejos. Estudiante sanmarquino, ingresé posteriormente, en 1948, a la
Universidad Católica. Sentía que no  todas mis valencias (los cursos de
química hacían que me expresara  así en esa época) estaban satisfechas
con mis estudios de ciencias. Otras materias, como la filosofía, la
literatura, la historia, me  motivaban igualmente. Entré a Letras de la
Universidad Católica no  con el deseo de cambiar de estudios, sino de
abrirme, al mismo tiempo, a otra experiencia universitaria.
En este acercamiento a la Universidad jugaron un papel importante 
algunos amigos mayores. He reconocido siempre la deuda que he tenido  a lo
largo de mi vida hacia esa generación. Esas personas eran Pepe 
Dammert, Gerardo Alarco, César Arróspide, Javier Correa Elías y algunos otros.
Amigos cercanos. Con ellos conversé la posibilidad de  este paso y
conseguí entrar directamente a segundo de Letras, llevando algunos cursos
de cargo del primer año. Fue una etapa muy  rica para mí. San Marcos y
la Universidad Católica fueron dos ventanas que me permitieron respirar
hondo y comenzar a conocer mi  país, a conocer este país nuestro.
En la Universidad Católica me interesé especialmente por la filosofía,
porque era lo que pensaba hacer después de terminar segundo de Letras.
Recuerdo mucho a algunos de los maestros que tuve: Felipe McGregor,
aquí presente, José Agustín de la Puente (sólo un  semestre, ese año
partió a España a hacer su doctorado). Recuerdo muy  bien, igualmente, un
ciclo de charlas organizado por el Instituto  Riva Agüero sobre filosofía
contemporánea, más exactamente, sobre  existencialismo, donde tuve la
ocasión de escuchar a Mariano Iberico,  al padre Siebers, Paco Miró
Quesada, Honorio Delgado y otros. Asistí  a algunos seminarios organizados
por el mismo Instituto (uno de ellos  con Porras Barrenechea).
Más tarde ingresé al seminario para prepararme al sacerdocio. Fue un
cambio radical. Estuve fuera un tiempo y allí pude darme cuenta de  hasta
qué punto me habían marcado esos años universitarios en las dos
universidades mencionadas. Con ambas adquirí una deuda muy grande. Estudié -se
mencionó hace un momento- filosofía y psicología en  Lovaina. Después
teología en Lyon y Roma.
A mi regreso me incorporé a la Facultad de Letras y, un tiempo después,
a la de Ciencias Sociales, de la Universidad Católica; y me dediqué a
la enseñanza y a la vida de patio, como se decía en ese  tiempo. Me
enriqueció enormemente el contacto con las nuevas generaciones, entre las
que tengo algunos de mis mejores amigos. Sentí la enseñanza como una
tarea muy importante, y creo que puedo  decir que esos están entre los
años más hermosos de mi vida.
Desde entonces no perdí, aunque me pareció siempre insuficiente, el
contacto con la universidad, contacto cercano desde muchos puntos de 
vista, aunque dejara de enseñar. Las tareas ligadas al trabajo pastoral y
parroquial, así como los compromisos que se derivaban de  mis
incursiones en la reflexión teológica, crecieron enormemente y me  dejaban poco
tiempo para responsabilidades que exigían una cierta  regularidad.
Mi vínculo con el mundo universitario está, obviamente, marcado por  mi
relación con la teología. El ámbito universitario es el apropiado  para
esa disciplina. El diálogo con corrientes de pensamiento distintas
alimenta la reflexión sobre la fe cristiana. No hay reflexión sobre la fe
si no hay una confrontación con los acontecimientos históricos. Digamos,
para mencionar un solo nombre,  que es un auténtico paradigma en
teología, que ése es el caso de san  Agustín. Pero tampoco hay teología sin
una relación con el pensamiento contemporáneo, y aquí tenemos otro gran
nombre de la teología, Tomás de Aquino. No pretendo decir que hay una
división de tareas entre ellos, Agustín más en relación con los
acontecimientos  históricos y Tomás con el pensamiento del momento. Me refiero
a una  cuestión de acentos.
De esa manera intentamos con varios amigos del Departamento de Teología
llevar adelante esa reflexión en la universidad (y más allá  de sus
fronteras, en las jornadas de teología en los veranos), en  cotejo con el
acontecer histórico y el pensamiento contemporáneo, de  los cuales
vienen fecundas interpelaciones a la comprensión de la fe.  Permítanme
ahondar un poco más el punto.
Hay una bella expresión del filósofo, y teólogo, Paul Ricoeur, que 
dice que "la teología se encuentra en la intersección de un espacio  de
experiencia y de un horizonte de esperanza". En ese encuentro  entre la
experiencia y la esperanza, en el espacio cotidiano de nuestra vida y la
esperanza, tiene lugar la reflexión sobre el Dios  de nuestra fe.
Podría decirlo de otra manera, tomando un texto del evangelio. En el prólogo
del evangelio de Juan se dice que el Verbo,  la Palabra puso su tienda,
su carpa, en medio de nosotros, en la historia humana. Hacer teología
es situarse en esa carpa, fuera de  ella la inteligencia de la fe pierde
sentido y alcance. La presencia  del Dios encarnado en la historia
humana, con todo lo que ésta tiene  de conflictivo y de sufrimiento, de
alegría, de esperanza y de construcción de proyectos, es el territorio de
esta reflexión. Esta  perspectiva lleva de la mano a un breve
comentario sobre la experiencia y la esperanza.
En nuestro país el espacio de experiencia es, a la vez, doloroso y
estimulante. Siempre me ha llamado la atención la manera en que los
peruanos han calificado nuestro país: país legal, opuesto al país profundo;
país de desconcertadas gentes, centralismo limeño, país de  promesas
incumplidas, país adolescente, país impaciente por realizarse y otras
calificaciones más. No es difícil poner nombres  bajo esas designaciones, se
trata de peruanos que vivieron con intensidad su condición de tales. La
Comisión de la Verdad y Reconciliación lo ha dicho de otro modo: con
gestos y palabras de  personas y pueblos que no habíamos escuchado a lo
largo de la historia del país. Partiendo del examen de años
particularmente difíciles y crueles, la comisión nos ha hablado del país entero y
de  su historia. En la presentación del Informe final, Salomón Lerner se 
refirió a dos escándalos contra los que hay que luchar para que no se 
repitan: el asesinato y el maltrato de tantos, especialmente entre  los
más pobres e insignificantes, y la indolencia de la mayoría de la 
población. Todo esto, qué duda cabe, ha dejado una marca muy fuerte  en
nuestro país, el poder decirlo abiertamente, el haber dado la palabra a
los invisibles de nuestra sociedad, a esas personas que han vivido, y
viven, en el sótano de la nación, ha sido una experiencia liberadora. Y lo
ha sido también haberlo hecho en diferentes lenguas,  una de ellas, la
más impresionante: en lágrimas.
Se nos plantea, entonces, la cuestión de cómo hablar hoy de Dios en,  y
desde, la universidad, una universidad que considera importante la
perspectiva del Dios que se encarna y que prefiere a los últimos de  la
historia. Es claro que la universidad no puede prescindir del contexto
social en que ella se encuentra, la situación que vive el  país.
Sin embargo, antes de dejar este primer comentario, quisiera decir 
que, simultáneamente al maltrato al que ya he hecho referencia, en  medio
de los pobres está presente, asimismo, la alegría de vivir, de  hacer
proyectos, la increíble capacidad, profundamente humana, de  nuestro
pueblo, de enfrentar con esperanza las vicisitudes de la vida. También eso
está en este espacio de experiencia. Si la reflexión surge del Dios de
la Biblia, el Dios que nos anunció Jesús, debe tener en cuenta tanto
esos sufrimientos y maltratos como los  proyectos y las alegrías. De otro
modo, deja de ser un lenguaje sobre  el Dios que puso su carpa en medio
de nosotros.
Por otra parte, Paul Ricoeur nos hablaba de un horizonte de esperanza,
condición de una auténtica reflexión sobre el mensaje cristiano. Para
un creyente, la esperanza es un don, pero un don debe  ser acogido. Por
eso, en la Biblia, la esperanza está ligada a la  confianza y a la
observación. Tener esperanza significa ser vigilante, la vigilia supone
atención a lo que sucede. El vigía está  llamado, lo recuerdan los
profetas bíblicos, a mirar lejos, ver no  sólo lo que tiene cerca, sino
también lo que apenas germina y discernir lo que va en la perspectiva de la
justicia y la vida. A "no quebrar la caña cascada" y a "no apagar la
mecha vacilante", como dice el profeta Isaías. Eso es ser vigía y esa es
la esperanza. La esperanza no es una ilusión. Supone discernir y estar
realistamente atentos, desde la carpa donde Dios entró en la historia
humana, la situación que nos rodea, por eso el mensaje cristiano es un
mensaje de libertad.
Ensayaré una pequeña ilustración de lo que intento decir. He tenido 
ocasión de ver hace poco, sólo una primera visión, una película notable:
"Río místico". La primera, y algo enigmática, escena nos  coloca en el
corazón del asunto: tres niños juegan y una pelota pequeña rueda
lentamente, y sin que puedan detenerla, por la calle y  se mete a un hueco
-un desagüe- y se pierde. La escena es impresionante, tanto como lo es la
explicación posterior que dará uno  de los niños, ya adulto, a su hijo:
si se pudiera ver lo que hay dentro de ese hueco, ¡no sabes cuántas
cosas encontrarías ahí, cuántas pelotas que han corrido hacia él!
El inatajable camino al hoyo expresa la fatalidad que pesa sobre los
personajes de la película, un destino ineluctable al que no pueden
escapar. Hay algo de tragedia griega en una situación que se impone a todos.
En esa camisa de fuerza los personajes discurren por sendas
predecibles. Es un mundo sin esperanza y, por consiguiente, sin libertad; en él la
esperanza significaría una ruptura, la afirmación  de que las rutas no
están trazadas de antemano es posible. La esperanza nos devuelve a la
libertad, a la convicción de que podemos tomar la vida en nuestras
manos. Ellas son las grandes ausentes en  esta película, ausencia -hay que
decirlo- presentada con trágica belleza.
Viéndola pensaba en estos días adversos del país. Tiempo de
desasosiego, desconfianzas y frustraciones en el que el esfuerzo y  los propósitos
de tantos en el país, incluso de profesores y estudiantes de esta casa,
parecen no ir a ninguna parte, salvo a una especie de inevitable y
espantoso agujero. Para hablar francamente, a veces parecería que una
oscura voluntad suicida marcara nuestro destino como país. Pensaba también
en un sufrimiento sellado por el desconcierto que experimentan muchas
personas, los niños, por ejemplo, que sufren sin saber por qué. O en la
impotencia de tantos  otros que apenas si son conscientes de sus
derechos más elementales,  destinados a vivir en unos cuantos metros cuadrados
hasta el siguiente desalojo. O en todos aquellos que se encontraron,
sin buscarlo, entre dos fuegos en el terrible tiempo de la violencia
vivida en el país.
El horizonte de esperanza de que habla Ricoeur es un llamado a la
libertad, es la negación de la fatalidad. El que espera cree que lo  que
sucede no tiene necesariamente que ser, que el futuro no llega,  se hace.
La pobreza no es un destino, es una condición; no es un infortunio, es
una injusticia.
El informe de la Comisión de la Verdad es un punto de partida para
conocer mejor nuestro país, para decir en voz alta lo que durante  mucho
tiempo ha podido pertenecer, parcialmente, a círculos más o  menos
reducidos. Ha sabido ir, precisamente porque ha ahondado en la  realidad y en
las causas de los años de violencia, a las raíces de la  vida nacional.
Es un tiempo que se puede convertir en un horizonte de  esperanza, en
una afirmación de libertad, de ruptura con la idea explícita o implícita
de un destino inexorable. En ese marco debe  colocarse la inteligencia
de la fe en el Dios de la vida, de su reino  y de su justicia. Y no
sólo la teología, el conocimiento en general.  Un conocimiento
comprometido con "un país impaciente por realizarse", como decía José María
Arguedas.
En ese cometido la Universidad tiene un importante papel que jugar.
Quiero, por eso, reiterar, para terminar, mi convencimiento del aporte que
puede hacer nuestra universidad a la esperanza de un pueblo que aunque
nacido en este país todavía no lo siente plenamente como su nación.
Espero que en este momento en el que la pertenencia a  la universidad no
solamente no se debilita sino que se refuerza con  el emeritazgo y,
sobre todo, con su amistad, podamos seguir haciéndolo juntos. Gracias por
todo.


 Navegando encontre este pequeño video que sería bueno vieran:
http://www.uno.uniovi.es/Portada0/Document%20Library/gutierrez.htm


"Sólo lo que se hace apasionadamente merece nuestro afán, lo demás no
vale
la pena"

ERNESTO SÁBATO


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"Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos serán saciados." -Jesús de Nazaret, citado por Mateo, 5,6.